De la mediocridad a la reflexión
Nunca me he considerado alguien particularmente perfeccionista, ni exigente, es más, jamás me he sentido profundamente interesada por nada en particular. Aunque por muchos años traté de llenar los zapatos de una “académica” y traté de manera consistente de sentirme cómoda en esos ambientes, en realidad nunca lo logré.
Pasé por dos maestrías, una en educación y la otra en estudios culturales. Entrar a la primera fue un acto de inercia (creo que esa es mi palabra favorita del momento), llegué al programa porque iba a graduarme de la universidad y no tenía nada “más” que hacer… como si vivir no fuera una opción, como si la idea de encontrarme conmigo misma fuera del salón se sintiera extraña y prácticamente imposible.
¿Por qué decidí aplicar a esa maestría? No tenía un tema que quisiera estudiar, ni una vocación en la docencia. Mis compañeros, por otro lado, mostraban que querían conocer más de los temas tratados en el aula, leían de manera voraz y yo me moría del tedio. Creo que nunca hice una lectura completa. Creo que nunca entendí ni los conceptos, ni qué querían decir los autores. No me interesaba conocer el punto de vista o las características del entorno, no me llamaba la atención escribir un artículo, es más, no podía encontrar un tema que fuera valioso para mí.
Me la pasé dos años yendo a las clases los viernes y los sábados agobiada porque odiaba estar allí. Trataba de mantenerme despierta mientras los demás participaban y llegaban a conclusiones grandiosas. Yo me acostaba en mi puesto y trataba de buscar distractores.
En una de las sesiones estaba jugando “Fruit Ninja”, un juego de cortar frutas con una espada samurai que tenía para el iPad. Recuerdo que llevaba mi mejor record, cuando una compañera de la clase decidió meterse en mi pantalla y cerrar el juego. Me dio mucha rabia, ¿por qué se metía con mi juego si yo no estaba metiéndome con ella ni con la clase?
Tal vez por eso, quizás quiso decirme “¡eyyyy! pon atención, me distraes con tu juego”. Un completo misterio para mí. Tal vez ella sí quería poner atención y aprender, aprender sobre la pedagogía crítica y usarla para algo en este universo. Pero yo no, yo no entendía qué era eso y lo peor… no me interesaba aprenderlo. Yo sólo quería pasar el tiempo, pasar el tiempo encerrada en un salón haciendo algo que parecía tener sentido, algo que para mis papás, mis abuelos, mis tíos y mis primos fuera algo que tuviera valor. Aparentar que sabía qué carajos hacía con mi vida…
Tal vez lo hacía para yo misma pensar que mi vida tenía un valor, no me gustaba aprender, ni estudiar, no me interesaba, sin embargo, me gustaba sentir que podía alardear de mi estudio, de mi esfuerzo, de mis títulos, de que, a mí, honestamente, me importaba hacer algo con mi vida.
¿Tengo hoy el mismo problema? ¿realmente me importa un carajo lo que hago en mi trabajo? ¿realmente quiero leer libros sobre métricas y desarrollo de producto? ¿realmente quiero estar metida en 20 reuniones diarias y pasármela hablando sobre toda esa mierda?
Diría que sí, diría que quiero hacerlo porque, al menos me interesa, al menos medio me llama la atención. Do I give a fuck about it? I don’t know, I like the money. Me gusta tener la posibilidad de comprar lo que quiero… No necesariamente lo que necesito, sólo lo que se me ocurre.
Y para qué? Para qué quiero el dinero? Para qué quiero el puesto o el reconocimiento? Para qué quiero aguantarme a gente mediocre que hace las cosas porque creen que son muy buenos, pero no lo son. Por qué quiero trabajar con gente que defiende su mediocridad o la culpa en mí? Ya pasé por esto antes, ya perdí mi tiempo, ya perdí mis horas y mis días en un salón de clase tratando de convertirme en algo que no soy y que nunca he sido. Ya pasé el tiempo sentada intentando leer cosas que no entendía y que no me importaban, ya viví esto. Ya no quiero hacerlo, ya no quiero que haya personas malas en
¿Para qué hago esto??? Para qué trabajo? Para qué???